Por Esteban Miranda
Cuando uno piensa en detectives dentro de la ficción hispanoamericana se vienen a la mente dos nombres: Mario Conde y Héctor Belascoarán. Pero de forma inevitable, un tercer integrante se suma a las creaciones de Leonardo Padura y Paco Ignacio Taibo II: el Comanche. Las aventuras de este detective, que fluyen por la tinta del escritor Pedro Medina Léon (Lima, 1977), amplían la versatilidad de la Roman Noir contemporáneay no de cualquier manera, lo hacen desde la fragmentación de una época que solo encuentra resistencia en las metrópolis modernas; en este caso, la indescifrable Miami.
La trama de la última peripecia del Comanche, Bandidos (2022), publicada por Sudaquia Editores, como toda buena novela detectivesca, es simple y a la vez letal. Un asesinato trasciende a una desbordante red de intrigas con implicaciones desoladoras. En paralelo, se nos cuenta un suceso causado por la sigilosa guerra fría que engloba a jóvenes ambiciosos, muchas armas, una dictadura latinoamericana y hasta el mismísimo gobierno de los Estados Unidos. Los eslabones que comunican ambos eventos son el detective y la ciudad. Comencemos por esta última.
En la novela se nos muestran dos fotografías de la ciudad: la Miami de los años ochenta y la de nuestros días. En ambos casos, la urbe es frenética, plagada de contrastes; le grita al mundo que se joda mientras recibe con placer a personas ávidas de experiencias, en busca de oportunidades para hacerse un nombre e inscribirlo en la posteridad o por lo menos sobrevivir a pesar de un sueño americano plantado como camaleón.
Si bien en sus inicios la novela detectivesca decidió reafirmar las premisas de la modernidad, hoy más que nunca la tensión entre el individuo y la ciudad es desbordante. Es la cotidianidad urbana la protagonista de crímenes establecidos a causa de un contexto social en permanente alboroto. La desigualdad es acompañada por una miseria politizada que se vuelve el caldo de cultivo idóneo para concebir toda clase de atrocidades. El crimen deja de ser algo extraordinario para transformarse en un evento común, efecto inherente de la sociedad que hemos construido.
De esta manera, se forja una conversación entre tres interlocutores: el individuo, el crimen y la ciudad. En Bandidos, Miami no es el escenario, es un personaje más —y de hecho muy importante —que dialoga con el comanche a través del balcón de su habitación, en El Tropicana al ritmo de un cortadito con leche evaporada e incluso en el interior de un hotel radicalizado por el placer al mejor estilo de El gran Gatsby. Miami, entonces, le avisará al Comanche de las fechorías que se cometen sin remordimientos y, además, lo alentará a caminar sus calles para descifrar sus entrañas y así encontrar la verdad que se multiplica en diferentes interpretaciones dando paso a una serie de caminos disímiles, los cuales nunca llevan al mismo sitio.
Con respecto al Comanche está todo para decir, pero sobre todo que más allá de ser un detective es un hombre que sobrevive a la existencia gracias a su interminable confrontación interna. Aunque hay una lucha sin cuartel, el deseo de apacibilidad es dominado casi siempre por una necesidad de liberación; nuestro detective quiere zafarse de un sinfín de ataduras en su afán por evitar marchitarse. Ser solitario, mujeriego y temerario es la respuesta a un dictamen que pretende imponerse a todos nosotros. La sentencia que es breve y dolorosa a partes iguales consta de la alienación total. Por lo tanto, marginarse es el único remedio para quienes no soportan la vida de los condenados.
La cuestión no es tan sencilla como para adjudicarle a la rebeldía el título de principio emancipatorio. Pues el Comanche, al igual que todos, es un ser complejo, ni malo ni bueno, tampoco gris, tan solo inundado por una infinitud de reflexiones, sentires y experiencias que lo hacen mutar a una velocidad exorbitante. No sabe a ciencia cierta por qué se le da bien eso de resolver crímenes o en qué se basa su motivación para tal excentricidad. El Comanche se dedica a deambular en una ciudad caótica desvelándose como el sucesor de Caín.
Otro aspecto interesante que se plasma en el detective de Bandidos es la negación frente al método. La intuición y la osadía son las únicas reglas para investigar un crimen. En términos prácticos el fin sigue siendo lo más importante, no obstante, dentro de la mente del Comanche su idilio es el de sentirse atrapado, concebir su realidad dentro de un acertijo visceral que solo se puede descubrir empujando con fuerza hacia adelante, no por convicción ni por una pulsión inconsciente, se trata únicamente de un estilo de vida que se acomoda al ritmo de las ciudades posmodernas.
El ejercicio de Pedro Medina León en Bandidos es el de dejar en evidencia a la caótica Miami, escenario sublime digno de soportar la compleja esencia de la humanidad. Esto lo consigue con pericia por medio del Comanche, alguien que se hace pasar por detective, pero que más allá de aquel disfraz rocambolesco es un individuo marginado, capaz de resolver cualquier tipo de crimen que se le cruce siempre y cuando pueda darle unas cuantas caladas a su Marlboro.
Esteban Miranda (Medellín, 1993). Escritor y lector. Trabajador Social. Ha publicado relatos en la revista La Sirena Varada (México, 2018) y gAZeta (Guatemala, 2020). Participante del XIX encuentro de poetas Comfenalco, Antioquia (2018). Finalista del I certamen literario Agustín Sánchez Rodrigo (España, 2020) en la modalidad de poesía, así como finalista del I premio de novela sub-35 Germán Espinosa con la novela No hay ciudad para el silencio la cual fue publicada por Escarabajo Editorial (2021). Colaborador en Suburbano Ediciones desde el 2023.
Compra tu copia haciendo click aquí
Sobre Pedro Medina León