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No hay detectives sin ciudad o ¿no hay ciudad sin detectives?

Por Esteban Miranda

Cuando uno piensa en detectives dentro de la ficción hispanoamericana se vienen a la mente dos nombres: Mario Conde y Héctor Belascoarán. Pero de forma inevitable, un tercer integrante se suma a las creaciones de Leonardo Padura y Paco Ignacio Taibo II: el Comanche. Las aventuras de este detective, que fluyen por la tinta del escritor Pedro Medina Léon (Lima, 1977), amplían la versatilidad de la Roman Noir contemporáneay no de cualquier manera, lo hacen desde la fragmentación de una época que solo encuentra resistencia en las metrópolis modernas; en este caso, la indescifrable Miami.

La trama de la última peripecia del Comanche, Bandidos (2022), publicada por Sudaquia Editores, como toda buena novela detectivesca, es simple y a la vez letal. Un asesinato trasciende a una desbordante red de intrigas con implicaciones desoladoras. En paralelo, se nos cuenta un suceso causado por la sigilosa guerra fría que engloba a jóvenes ambiciosos, muchas armas, una dictadura latinoamericana y hasta el mismísimo gobierno de los Estados Unidos. Los eslabones que comunican ambos eventos son el detective y la ciudad. Comencemos por esta última.

En la novela se nos muestran dos fotografías de la ciudad: la Miami de los años ochenta y la de nuestros días. En ambos casos, la urbe es frenética, plagada de contrastes; le grita al mundo que se joda mientras recibe con placer a personas ávidas de experiencias, en busca de oportunidades para hacerse un nombre e inscribirlo en la posteridad o por lo menos sobrevivir a pesar de un sueño americano plantado como camaleón.

Si bien en sus inicios la novela detectivesca decidió reafirmar las premisas de la modernidad, hoy más que nunca la tensión entre el individuo y la ciudad es desbordante. Es la cotidianidad urbana la protagonista de crímenes establecidos a causa de un contexto social en permanente alboroto. La desigualdad es acompañada por una miseria politizada que se vuelve el caldo de cultivo idóneo para concebir toda clase de atrocidades. El crimen deja de ser algo extraordinario para transformarse en un evento común, efecto inherente de la sociedad que hemos construido.

De esta manera, se forja una conversación entre tres interlocutores: el individuo, el crimen y la ciudad. En Bandidos, Miami no es el escenario, es un personaje más —y de hecho muy importante —que dialoga con el comanche a través del balcón de su habitación, en El Tropicana al ritmo de un cortadito con leche evaporada e incluso en el interior de un hotel radicalizado por el placer al mejor estilo de El gran Gatsby. Miami, entonces, le avisará al Comanche de las fechorías que se cometen sin remordimientos y, además, lo alentará a caminar sus calles para descifrar sus entrañas y así encontrar la verdad que se multiplica en diferentes interpretaciones dando paso a una serie de caminos disímiles, los cuales nunca llevan al mismo sitio.

Con respecto al Comanche está todo para decir, pero sobre todo que más allá de ser un detective es un hombre que sobrevive a la existencia gracias a su interminable confrontación interna. Aunque hay una lucha sin cuartel, el deseo de apacibilidad es dominado casi siempre por una necesidad de liberación; nuestro detective quiere zafarse de un sinfín de ataduras en su afán por evitar marchitarse. Ser solitario, mujeriego y temerario es la respuesta a un dictamen que pretende imponerse a todos nosotros. La sentencia que es breve y dolorosa a partes iguales consta de la alienación total. Por lo tanto, marginarse es el único remedio para quienes no soportan la vida de los condenados.

La cuestión no es tan sencilla como para adjudicarle a la rebeldía el título de principio emancipatorio. Pues el Comanche, al igual que todos, es un ser complejo, ni malo ni bueno, tampoco gris, tan solo inundado por una infinitud de reflexiones, sentires y experiencias que lo hacen mutar a una velocidad exorbitante. No sabe a ciencia cierta por qué se le da bien eso de resolver crímenes o en qué se basa su motivación para tal excentricidad. El Comanche se dedica a deambular en una ciudad caótica desvelándose como el sucesor de Caín.

Otro aspecto interesante que se plasma en el detective de Bandidos es la negación frente al método. La intuición y la osadía son las únicas reglas para investigar un crimen. En términos prácticos el fin sigue siendo lo más importante, no obstante, dentro de la mente del Comanche su idilio es el de sentirse atrapado, concebir su realidad dentro de un acertijo visceral que solo se puede descubrir empujando con fuerza hacia adelante, no por convicción ni por una pulsión inconsciente, se trata únicamente de un estilo de vida que se acomoda al ritmo de las ciudades posmodernas.

El ejercicio de Pedro Medina León en Bandidos es el de dejar en evidencia a la caótica Miami, escenario sublime digno de soportar la compleja esencia de la humanidad. Esto lo consigue con pericia por medio del Comanche, alguien que se hace pasar por detective, pero que más allá de aquel disfraz rocambolesco es un individuo marginado, capaz de resolver cualquier tipo de crimen que se le cruce siempre y cuando pueda darle unas cuantas caladas a su Marlboro.

Esteban Miranda (Medellín, 1993). Escritor y lector. Trabajador Social. Ha publicado relatos en la revista La Sirena Varada (México, 2018) y gAZeta (Guatemala, 2020). Participante del XIX encuentro de poetas Comfenalco, Antioquia (2018). Finalista del I certamen literario Agustín Sánchez Rodrigo (España, 2020) en la modalidad de poesía, así como finalista del I premio de novela sub-35 Germán Espinosa con la novela No hay ciudad para el silencio la cual fue publicada por Escarabajo Editorial (2021). Colaborador en Suburbano Ediciones desde el 2023.

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Sobre Pedro Medina León

El amor que nos queda de Fernanda Reyes Retana

LALT – Reseña 26 – junio 2023

Por Keila Vall de la Ville

El amor que nos queda, tercera novela de Fernanda Reyes Retana, es la historia del amor y rivalidad entre los integrantes de una familia en tiempo presente. La obra está marcada por sucesos que alcanzan cuatro generaciones y enlazan a una abuela, dos padres, cinco hermanos, una ama de llaves y un cuadro. La historia empieza con la imagen de unas hojas secas acumuladas en el tiempo, y termina con un cúmulo de hojas secas ante las cerdas de un cepillo. Así empieza El amor que nos queda: “Nadie hubiera podido prever el conjunto de circunstancias que como gotas pesadas de lluvia se sucedieron esa tarde. Imposible calcular semejante acumulación y su posterior desbordamiento ocasionado por esas hojas secas que por no verse se olvidan y aún así estorban”. 

No es posible prever el conjunto de circunstancias que modelan –fortalecen, debilitan u obliteran– el afecto entre los seres humanos. Como fuere, lo que ocurre en el roce con el mundo nos cambia. Pero: ¿qué es una familia? ¿Es que muertos los padres –la tradición, la historia, esa ligazón– los descendientes se zafan siempre sin remedio? ¿Lo que mantiene unido el amor de cinco hermanos es la voluntad materna, paterna, la costumbre o la herencia?

La historia está contada desde una voz narrativa que pulula de personaje a personaje, entre los hermanos y la mucama, y que pone en evidencia a una autora que, desde las acciones y las apariencias, muestra tendencias, inquietudes y la huella de rencores, nociones preconcebidas y malentendidos. Toca temas como la supervivencia, el apego, el amor, la fidelidad, el miedo, la desconfianza y la avaricia. La acción y reacción de cada uno ante el desarrollo de este “conjunto de circunstancias que nadie hubiese podido prever” (llamémosla vida), es distintiva, conforma a cada hermano mostrando cada humanidad.

La circulación de esta voz inicia con Hermelinda, el ama de llaves encargada de la casa paterna en la que vive una de las hijas (Aurora), junto al padre anciano, una vez que sus hermanos han emprendido una vida familiar aparte. Aurora es una doctora exitosa. Lucía es la sobria representación, el rostro público de los Martínez Alcázar: está casada con Juan Carlos, con quien tiene un hijo. Camilo ha tenido un hijo con Clara (Bruno) y, si bien la “quiere”, no desea comprometerse. No cree en el amor o en las mujeres. Ambos comparten responsabilidades parentales. Un buen día, Clara anuncia su mudanza con un nuevo novio a New York. Blanca es madre de dos y está casada con Antoine, suizo cirquero que dará a los hermanos una lección de entrega, conmiseración y perdón. David, mayor, históricamente se ha encargado de resolver, proteger y cuidar; acumula frustraciones ante la falta de atención de los otros hacia él. Está casado con Livia, una mujer al parecer materialista. Aunque en esta historia todo está por verse.

La voz de Hermelinda abre la novela mientras registra la preparación de lo que será la última fiesta de cumpleaños del pater familias, don David. Así, con estos dos símbolos de tradición, la cuidadora y el antecesor, arranca la historia.  Pronto se revela lo que resulta en fuente de la discordia: Aurora anuncia su deseo de vender al Museo Regional de Jalisco un retrato de la abuela Lucía pintado en circunstancias poco claras (nada más y nada menos que por el Dr. Atl). Sobrevienen revelaciones sobre la obra de arte, y don David deja un regalo que nadie abrirá: “No se confundan… los objetos que atesoramos en la vida son solo paliativos, fantasías para el ego: poseer la biblioteca más grande no da inteligencia; una casa lujosa no garantiza un hogar; ni la joya más valiosa belleza… por supuesto un retrato perfecto no hace una historia”.

Minutos después y sin lograr apaciguar las aguas, el cuadro cae al suelo. Los capítulos siguientes, desde la mirada de cada uno sobre los hechos, muestran un fragmento del cuadro que es la novela, ofrecen una perspectiva periférica e insuficiente; muestran (como los matices de una pintura) la historia familiar mientras las figuras de unión fraternal se deslían. Este es uno de los logros de Reyes Retana, la habilidad a acercarse a las tendencias humanas más básicas sin juicios. La voz en tercera persona se diluye en los personajes, manifiesta sus pensamientos sin dictaminar o calificar. 

La muerte y la disputa por el cuadro de la abuela Lucía devela rencillas antiguas. La avaricia, el rencor y el egoísmo salen a relucir. Pero la discordia da paso a la perplejidad cuando el hermano mayor es secuestrado y los otros cuatro, no del todo convencidos, terminan por venderlo para pagar el rescate. 

Este acontecimiento se añade a la tensión sostenida, otro de los logros de este libro: la historia sobre cinco hermanos, tres ancestros, una mucama y un cuadro, resulta en un relato de aventura. La disputa que desenmascara rencillas se diluye en miedo ante la posible pérdida de uno de los hermanos, y lleva a preguntarse: ¿qué queda al despojarse de todo? El amor. La memoria del amor entre los padres fallecidos, que los habría llevado (tal como recuerda Lucía siempre) a encontrar “el camino de regreso, el camino al otro, al perdón, a la alegría”. Es, también, el camino que ofrece la generación más joven a sus padres, hermanos en querella. 

Esta realización llevará a cada quien a tomar las decisiones pendientes. Pero si después de todo lo que queda es el amor, ¿qué hacer con “el amor que nos queda”? Aurora se pregunta al final si “el amor que nos queda” basta. Todo está por verse. La última palabra la tiene el lector, la lectora de esta historia emocionante.

Fuente: Latin American Literature Today

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Sobre Fernanda Reyes Retana

Bandidos: la narrativa policíaca de Pedro Medina León

Por Gabriel Trujillo Muñoz

Una de las cuestiones fundamentales del género policiaco del siglo XXI es que esta narrativa ha tornado carta de naturalización, en las últimas dos décadas, en todo el mundo. Hoy en día, podemos encontrar, en los estantes de las librerías o en los portales de ventas un gran número de autores de novela negra que cuentan los claroscuros de su propia sociedad desde el entorno que interpretan mejor porque es el suyo, el que habitan todos los días, el que conocen como la palma de su mano. Y no hablo aquí de las ciudades importantes del planeta: Londres, Paris, Nueva York o la ciudad de Mexico, sino de aquellos poblados, enormes o pequeños, donde estos narradores establecen sus reales para relatar lo que les interesa, lo que los conmociona, lo que los pone tras la pista de tal o cual crimen, de tal o cual historia poco difundida en los medios actuales.

En buena medida, escribir novela policiaca es, antes que otra cosa, un rendir homenaje a la población donde se vive, a la urbe donde que se ama y se odia, que se padece y disfruta al mismo tiempo. Porque para describir una comunidad en sus entrañas sanguinolentas hay que explorarla en sus espacios más significativos, menos turísticos. Esos que responden al crimen, a la impunidad, a la corrupción galopante.

No se busca, en este género tan sensible del orden social, económico y político, solo mencionar los bajos fondos sin escrutar sus lugares de opulencia, exhibiendo en ambos sus ligazones, sus vínculos ocultos, sus trapitos al sol. Estos relatos son pruebas de que detrás del glamour están los dominios del hampa, que bajo el disfraz de la ostentación se esconde el rostro de la violencia.

Para entender la clase de civilización en que vivimos, el tipo de progreso por el que ahora se apuesta con febril codicia, hay que aceptar, como lo hace el creador de esta literatura, que la ley y la justicia son la ruleta rusa de los desesperados, el brazo armado de los poderosos, de lo intocables. Y en esta narrativa, reconstruir la escena de un crimen es reconstruir el alma vapuleada de una sociedad de mírame y no me toques, es recuperar el espíritu desgarrado de una comunidad que vive en la absoluta orfandad bajo el reino de la codicia predatoria, donde jodidos y triunfadores conviven en un mismo estanque tinto de sangre propia como ajena. Solo así se puede tener una imagen de cuerpo entero del caso que se investiga, de las redes de complicidad que lo obstaculizan, que lo distorsionan en aras del negocio pujante, de la rápida ganancia.

Por eso mismo, para contar la historia de un crimen hay que relatar la ciudad en que este ocurre, la vida comunitaria que lo hizo posible. De ahí que Bandidos (Sudaquia Editores, 2022) de Pedro Medina León sea tal clase de historia. Su autor nació en Lima, Perú, en 1977, pero es como tantos latinoamericanos de nuestro tiempo un inmigrante que hoy reside en Miami y que desde 2017 ha publicado novela policiaca bajo la sombrilla de colores del Noir Tropical, como se le ha denominado. Entre sus novelas, que cuentan como su protagonista a El Comanche, un investigador privado de origen cubano, se cuentan Varsovia y Americana, siendo Bandidos, publicada en Nueva York, su tercera aventura con este personaje. Un hombre que, en La Habana, ayudó al policía Mario Conde y que ahora, viviendo en una ciudad eminentemente turística y llena de celebridades, prefiere recorrer la parte sórdida del sueño americano que las playas bonitas, apuesta por la condición humana en sus ejemplares más heridos, menos esplendorosos. Un mundo donde el mejor consejo dado es: no preguntes tanto, no te inmiscuyas en negocios que no son tuyos.

Medina León es un experto en contar los entresijos de Miami, de mostrar a sus personajes idiosincráticos: los viejos que todavía recuerdan Bahía de Cochinos, los migrantes centroamericanos de nuevo cuño, los negocios cerrados por miedo a la migra, la gente que vive. Cerca de las playas famosas y apenas se para en ellas porque andan tras los dólares para mal vivir. Lo que narra nuestro autor es la existencia de una urbe llena de publicidad alucinante y trabajos mal pagados, de ilegalidades cubiertas con el prestigio crédulo. Bandidos transcurre en los años ochenta y el presente, entre el escándalo Irán – Contras en plena lucha contra el sandinismo en Nicaragua y la muchedumbre de migrantes venida de todos los gobiernos fallidos al sur de la frontera.

Era una mañana de postal turística, como esas que vendían en las cajas registradoras de Walgreens o en las tiendas de souvenirs de Ocean Drive: el Skyline se alzaba imponente a la izquierda, con sus torres de cristal aguamarina donde se decidía el futuro económico de Latinoamérica, cercando Biscayne Beach, y a la derecha reposaban yates y veleros sobre el manto turquesa del Atlántico. Un recibimiento de catálogo para esos once cubanos, que llegarían a sumarse a esa porción invisible en la pirámide social que lavaba platos o limpiaba baños con restos de caca o estacionaba autos por doce horas diarias para, con suerte, pagar la renta … un entorno que El Comanche conocía muy bien.

El lazo que une estas dos épocas es un asesinato, el de Romano Valladares, cubano, encontrado “en una bolsa negra, envuelto en sabanas, en uno de los contenedores de basura de la puerta trasera del Winn Dixie de la Coral Way la 22nd Street. Tenía contusiones en el cráneo, magulladuras en el rostro, costillas rotas”. La propia policía, ante el callejón sin salida que se encuentra su investigación oficial, hace uso del Comanche para sacarla adelante, sobre todo cuando le informan que Valladares era informante de la policía de Miami. Y así, con su parsimonia y su don de gentes, con su gusto por la música de Hector Lavoe, el cafe con leche evaporada y el ron Bacardi, nuestro protagonista va descubriendo el hilo negro de los presuntos asesinos, las pistas reveladoras de lo que realmente sucedió.

La casa donde Valladares rentaba su efficiency se ubicaba a pocas cuadras del Sweet Dream, en una esquina. Era color melón y la flanqueaba una cerca de madera blanca. La dueña, doña Estela, una mujer mayor, con el cabello teñido del color de una butaca de teatro, que recibió al Comanche en bata y con los pies envueltos en unas medias rojas y unas chancletas muy grandes, no tuvo problemas en hacerlo pasar cuando este le explicó que estaba tras el caso de la muerte de Valladares. A ella le interesaba que se aclarara el problema y le desocuparan el efficiency para poder rentarlo.

El Comanche es un investigador-rastreador-husmeador al servicio de ciertos casos peliagudos a los que la policía no da pie con bola. En su travesía detectivesca encontramos no solo las pistas de la investigación sino también guiños de complicidad con autores caribeños como Leonardo Padura y Reynaldo Arenas, tips de cocina cubana y cubanoamericana, así como una memoria histórica de barrios y leyendas que hacen de Miami un fascinante deshuesadero de quimeras individuales y promesas colectivas. Un melting pot donde todo puede suceder por obra y gracia de las más variadas circunstancias que allí se cruzan y mezclan y conviven.

Y mientras Pedro Medina lleva, en Bandidos, al Comanche en largo periplo para descubrir la verdad, su novela se vuelve una pasarela de los elementos esenciales que convierten a Miami en el orbe Noir por excelencia: los negocios legales que son la fachada de lo criminal, el interminable flujo de personas que llegan a la ciudad a sobrevivir sin importar el precio a pagar, la luminosidad de la nostalgia por una ciudad que ya no es, que quizás nunca fue como se recuerda. Esta obra es un auténtico tour de fuerza sobre la Florida del pasado y el presente. Crónica de fantasmas que aún son un peligro en marcha, una bomba de tiempo. Relatos de vida en pleno naufragio financiero. Mundo a la deriva donde los únicos salvavidas confiables son unos pocos amigos y la familia. La suma de la existencia comunitaria en sus afectos y compromisos, en sus querencias y deberes.

Como Elmer Mendoza con Culiacán, J. J. Aboytia con Ciudad Juárez o José Salvador Ruiz con Mexicali, Bandidos le sirve a este narrador para presentarnos a Miami, la ciudad de sus agobios y querencias, como un corte de milagros al filo del Caribe, como un sentido homenaje a ese puerto donde colisionan las aventuras históricas con las pesadillas por venir. Una urbe de paso donde los residuos de otras vidas quedan en sus calles, en sus contenedores de basura, en sus bares de mala muerte. Novela policiaca que va de la Nicaragua de Somoza a los Estados Unidos en plan multicultural.

Y aquí hay que precisar que Pedro Medina elige escribir en español, contar sus historias en castellano para recordamos que la narrativa Noir del país vecino no tiene una sola lengua oficial sino muchos idiomas en uso. Que Bandidos es un relato que igual nos pertenece por derecho de ficción, por justicia poética, por terquedad imaginativa. Un Miami Soul Machine a ritmo de tráfico humano. El lado más oscuro de la tierra de la esperanza. De esta forma, en estas páginas, El Comanche demuestra ser un testigo de honor por su olfato para seguir el rastro del trasiego, por su instinto para infiltrarse en todas partes, por su capacidad de ser un bandolero verosímil entre acreditados forajidos. Con esta novela algo se cuece a fuego lento: el billar de las ilusiones perdidas, el warehouse del mito perdurable. Una península que es destino y trampolín, horizonte de triunfo y tumba sin sosiego. Un lugar idóneo para que el género policiaco viva a sus anchas. Un sitio ideal para que la atmósfera Noir vibre bajo el sol en su desnuda indiferencia, en sus violentos desenlaces.

Fuente: El Mexicano. www.el-mexicano.com.mx

Fecha de publicación: martes 16 de mayo de 2023

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Sobre Pedro Medina León

Zoología a dos bandas

Donde el río se toca, de Rose Mary Salum, reúne nueve relatos animales que nos vuelven un poco más humanos.

Roberto Pliego

Ciudad de México / 14.01.2023 06:27:00

Una gata observa la escena siguiente desde el alféizar de una ventana: después de un accidente doméstico, un hombre golpea a una mujer que yace de espaldas sobre una mesa para después arremeter contra una niña que ha irrumpido en el comedor por sorpresa. La escena proviene de “La gata en cuarentena”, uno de los nueve relatos que componen Donde el río se toca (Sudaquia), de Rose Mary Salum.

Pericas, monas, gatas, moscas, zancudos, hipopótamos, vacas, gallinas, cebras, no siempre animados, concurren para acompañar a la humanidad en sus enormes y pequeñas catástrofes cotidianas. Son lo que son: ejemplares del reino animal sirviendo a sus necesidades e instintos. Así que no ofrecen lecciones morales o de buena urbanidad. Son lo que son: constancias de la vida sobre la Tierra en su acepción elemental.

Pero no se trata solo de esos ejemplares, sino de quienes han erigido ciudades y sistemas filosóficos. Mientras el zancudo se alimenta de la sangre de los asistentes a un concierto, la dama que escucha con arrobo mira cómo su vecino se abalanza contra ella y hace volar su peluca. La vergüenza se impone al embrujo estético y da paso a una pantomima tan efectiva como Una noche en la ópera de los hermanos Marx. Salum prefiere, sin embargo, la gravedad de la muerte, queriendo quizá sugerir que es el vínculo más fuerte entre los animales y los seres humanos. A tal estado de ánimo pertenecen “La mosca en la sopa”, “Donde el río se toca” y “La gallina cocinada”, una adaptación a ras de suelo de “La gallina degollada”, de Horacio Quiroga.

Lejos de las diatribas redentoras de Peter Singer, o de las luchas de los colectivos vegetarianos por renunciar a los placeres de la carne, Rose Mary Salum perfila un universo donde algunos (pues no caben todos) de nuestros compañeros en el infortunio ecológico y la devastación de los sistemas naturales son orgullosamente ignorados, como el hipopótamo de peluche que al final de “El trío” yace despanzurrado sobre el pavimento. Y esto sin lloriqueos frente al micrófono ni golpes de pintura a los girasoles de Van Gogh ni invocaciones al orate que conduce a los Doce Monos, sino recurriendo a la ligereza como uno de los atributos de la inteligencia revestida de ironía.

Fuente: Milenio. Lee la nota original aquí: https://www.milenio.com/cultura/laberinto/rio-toca-rose-mary-salum-critica-libro

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Sobre Rose Mary Salum

Teresa Dovalpage conversa con Pedro Medina León

Pedro Medina León: “Dotar a los personajes de un buen lenguaje en una novela miamense, es un reto”.

Entrevista de Teresa Dovalpage 

 

La reconocida escritora Teresa Dovalpage (Cuba), conversó con nuestro autor Pedro Medina León acerca de su más reciente novela Varsovia; una historia sobre la marginalidad y los bajos fondos de Miami Beach, donde el gran personaje es el Comanche, un sujeto tan miserable como entrañable, que nos llevará a conocer billares, barras oscuras, drug dealers, y aspirantes a actrices pornográficas.  

 

TD. ¿Quién te inspiró el personaje de El Comanche, tienes un modelo “real” para él?

 

PML. Como en toda ficción, el Comanche no tiene un ADN específico ni propio, es un poco de lo que he leído y visto. Dentro de las lecturas, quizá a los personajes que más se acerque sea al detective Hoke Moseley, del escritor Charles Willeford, y al Conde de Leonardo Padura. Creo que es un buen blend de ambos (uno es anglo y el otro es cubano, lo cual es una mezcla muy interesante para aplicar a Miami). Aunque también se nutre de los personajes de Elmore Leonard –sobre todo de sus libros ambientados en Miami–. Además, a eso hay que agregarle los nueve años que viví en South Beach, en los cuales siempre imaginé cómo sería crear historias de un detective venido a menos en esos ambientes marginales que tanto me gustan merodear.

 

TD. ¿Por qué decidiste escribir una novela de detectives?

 

PML. Lo que realmente quería era contar la marginalidad y la corrupción que tanto se ve en South Beach que ya he esbozado en mis libros anteriores, por eso no es coincidencia que Varsovia esté muy relacionado con Lado B, mi anterior novela. Quienes viven en esa zona o la conozcan, podrán identificarse perfectamente con los temas, los personajes, las locuras que se leen en Varsovia. El género negro es un buen vehículo para explorar esos ambientes hamponescos. Y también vale decir que soy lector del género policial. Es la literatura que, definitivamente, más me atrae. 

 

TD. ¿Qué resultó más fácil en el proceso de escritura? ¿Y lo más difícil?

 

PML. Buena pregunta…creo que nada resultó fácil. Pero lo que más me cuesta es afinar el lenguaje de cada uno de los sujetos que aparecen en el libro. Sucede que una novela ambientada en Miami, más aún en las calles marginales, tiene que tener un lenguaje muy afinado y particular. Date cuenta que acá todos hablan diferente, no existe una sola persona que se exprese igual que otra, el idioma miamense es muy particular. Dotar a los personajes de un buen lenguaje en una novela miamense, es un reto no menor pues se corre el riesgo de caer en lo inverosímil, en lo trillado, en lo empalagoso. Mientras que un lenguaje bien logrado, es un sello tan particular que me atrevería a decir que el lector no necesita más pistas ni descripciones para imaginarse al susodicho de quien se está narrando. Por eso siempre digo que en Miami hay que escribir de oído.

 

TD. Cada autor de novelas detectivescas tiene un método diferente. ¿Cuál es el tuyo? ¿Sabías desde el principio quién sería el culpable o te llegó la idea por el camino?

 

PML. Yo he aplicado el mismo método que en mis libros anteriores: voy delineando capítulos en fichas y luego escribo cuando ya lo tengo más o menos claro (más o menos porque nunca es claro el camino sinuoso de la escritura). Después a editar y editar. Me demoro mucho tiempo editando, promedio de par de años por libro. Respecto al culpable sí, sabía quién sería. Lo que mutó un millón de veces fue cómo lo haría y cómo lo enfocaría, lo digo por el tema de la segunda persona con la que lo suelo acercar al lector. 

 

TD. ¿Tienes algún autor del género al que admires particularmente?

 

PML. Con estos tres que menciono abajo son con los que claramente me siento identificado. Aunque hay muchísimos autores más que me encantan.

 

Charles Willeford.

Elmore Leonard.

Leonardo Padura.

 

TD. ¿Habrá una saga con la figura de El Comanche? Pienso en el caso del Frisancho, que se insinúa al final. 

 

PML. Estoy trabajando en una segunda entrega, ya tiene título, se llama “Novela americana”. Lo de Frisancho, si bien es con lo que cierra el libro, ya sucedió en mi anterior novela, Lado B. De hecho, como te comentaba más arriba, hay muchas conexiones entre Varsovia y Lado B en cuanto a personajes y lugares, pero ambos libros se leen de manera totalmente independiente. Rubí, por ejemplo, aparece en ambas historias. Lo mismo el bar Al Capone y lo que le sucede a Frisancho.

 

TD.  ¿Cómo te motivas a ti mismo para escribir todos los días?

PML. Leyendo buenos libros y escuchando música.

 

 

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Sobre Varsovia

Sobre Pedro Medina León

De poesía con Leonardo Padrón

El viernes 20 de mayo, estuvimos en el Instituto Cervantes presentando los poemarios Métodos de la lluvia y El amor tóxico de Leonardo Padrón. En una conversación moderada por Juan Luis Landaeta, Padrón habló sobre su oficio de creador, no sólo como poeta, sino también como dramaturgo y cronista, y compartió con la audiencia anecdotas divertidas sobre su carrera. A continuación les traemos la palabras que leyó Landaeta en referencia a la poética de Padrón. También conseguirán un enlace al video de toda la presentación disponible gracias al apoyo de Marco Purroy y todo el equipo de The Kaleidoscipic World, y los enlaces para comprar los libros. Gracias de igual forma al Instituto Cervantes y a todos los que hicieron posibles de una u otra forma este memorable encuentro.

Leonardo Padrón: El lugar del sentimiento

por Juan Luis Landaeta

Un amor feliz. ¿Es normal,
serio, útil?
¿Qué saca el mundo de dos personas
que no ven el mundo?

Un amor feliz. Wislawa Symborska.

El rayo del amor
no sé de qué hablamos
cuando hablamos de amor.

The Shining of the Sun. Fito Páez.

Es posible enamorarse de una ciudad y descubrir cómo las emociones marcan pauta en su espacio, en su abismo. La ciudad es un patio donde el amor ocurre y es ese punto de partida el que la convierte en algo más, una emoción. Así se transforma en un lugar en el que es imposible escapar del otro, quién además, se convierte en un puente para converger, fracturar, para trascendernos. El tiempo, como las ciudades, es indetenible. Los fragmentos, se encuentran para alternar su rumbo.

“El tiempo es un animal cansado.
Un viejo truco de Dios
para creerse inmortal”

El tiempo. Métodos de la lluvia.

“El silencio debe callar” dice un verso de Menester. Para hablar de la voz poética de Leonardo Padrón, parece una obviedad iniciar con la clara invitación al verbo. Pero ésta es suya.  La fascinación por el instante en que apacible, debemos comunicar nuestra semejanza. Leonardo escribe sobre personas que se buscan. Más allá del giro de la confluencia, el frenesí entre espasmos, su escritura no sabe contener su mirada, resuelta, inquieta, adicta. Me urge hablar de dónde ocurre esa mirada.

Tanto El amor tóxico como Métodos de la lluvia están situados bajo el registro de un pulso infatigable. Un espacio roto que es mucho más que la suma de sus ruinas o la vocación de sus huellas. Una ciudad que no se asfixia en los cables del tendido eléctrico, ni en los ojos que se pierden en ella y la ven por última vez. Esa ciudad inagotable, violenta, seductora, es Caracas. Abordarla, devolver sus arañazos, tenderla como una ráfaga que se siente, hacerla apunte, es uno de los principales aciertos de la poética de Padrón.

“Caracas arde
sin las conjeturas del sol.


Y el día es un alazán desconcertado.”
Última hora. El amor tóxico.

La urbe cede ante sí misma, ante lo que la solía componer. Está hecha un pedazo. Un espejo, un reloj, un abandono. “Toda ciudad es un vicio solitario” nos dice en Zona peatonal. Esta voz es la de un hombre confundido que vuelve a amar y hace de ese fenómeno un ritmo vital. Del asfalto un oficio.

Nadie quiere saber dónde está cuando está enamorado. Padrón hace del sentimiento, sitio. De la pasión, un territorio. Rastrea todos los destellos, todas las inminentes casualidades que llevan un cuerpo al otro. El sujeto que ama, combate. Parece que la congestión y el ruido existieran para confabular un nombre. La ciudad de esta voz es la ciudad de un hombre que ama y acalla el silencio para vencerlo, derrama en la página su intención fascinada, curiosa. Tóxico y feliz.  El amor, como

todas las costumbres, teme al destino. Es una silueta que no sabe sino temblar.

“Y yo lavo sus labios con los míos
rio su risa
me muslo en su muslo
me caballo en su pasto
me mordisco en su jadeo
soy noviembre en su virgo
amanezco en sus pulmones”

La casa. El amor tóxico.

La experiencia del amor en estos textos ocurre como una amenaza. Parco es por naturaleza el despojo turbio, la puerta que franquea la posibilidad de un cambio. En ese rincón de lo inaudito, reposa y se festeja el hambre incansable ante la metáfora de esa sensación, ese reducto de libertad que nos somete a él, un amor que por ser celebrado, no resulta menos confuso o efímero.

El amor que nos ofrecen estas páginas rasga la textura que tierno, concibe. La atmosfera de Padrón es la del cautivo. El hombre que acude al verbo tras su impresión. El tiempo exacto en que sabemos que desde entonces, nuestra vida no es del todo nuestra. El amor como la ciudad, puede convertirse en un castillo de balas. Padrón nos la ofrece como una extensión de los amantes, estridente, un patio que grita y que nunca logramos entender.

La escritura de El amor tóxico y Métodos de la lluvia es esa evidencia. El trazo de una gota que suma otras en el torrente, una copa que brinda por el azar de los distraídos que hacen posible el amor. Los conjuga. La línea más alta del cerro Ávila está en las manos de quien la ve. Así los amantes.

Caracas, como el olvido, insiste. Es un asalto que acierta en cada duda. La ciudad, como los amantes, permite la ruina, para volver a empezar. Es un hábito y lo sabemos. Se despide siempre. Desde el escándalo de los balcones, insiste en la punta de la lengua. Sucia. Sacra. Enferma. Vivaz. La ciudad como los amantes, ocurre adentro. Busca, como diría Padrón, el sol de los sótanos. Vuelca y emerge los materiales humanos.

Video de la presentación:https://www.facebook.com/thekaleidoscopicworld/videos/1195777650454600

Los dos libros de Leonardo los puedes conseguir en estos enlances:

Métodos de la lluvia: http://www.amazon.com/Metodos-lluvia-Spanish-Leonardo-Padron/dp/1938978498/ref=sr_1_3?s=books&ie=UTF8&qid=1464012937&sr=1-3

El amor tóxico:http://www.amazon.com/amor-toxico-Spanish-Leonardo-Padron/dp/1944407014/ref=sr_1_1?ie=UTF8&qid=1464012860&sr=8-1&keywords=el+amor+t%C3%B3xico

De Camagüey a New Hampshire

Por Grettel J. Singer

 

Durante mi vida de casada pasaba los veranos en New Hampshire, a la altura del lago Winnipesaukee, en un bosque a dos horas y media de la ciudad de Boston. Cada vez que se me presentaba la oportunidad de escapar de Miami durante el mes de julio, lo hacía sin mirar atrás con tal de permanecer lo menos posible dentro del infierno en esos meses de sauna obligatoria al aire libre. Ya los últimos días antes de partir me parecía que no iba a poder resistir el vapor y el solazo que castiga a la ciudad y sus habitantes durante esta época. Luego me iba lejos y esos días nublados y lluviosos, de vientos huracanados me obligaban a extrañar, como de costumbre, aquel sol que había dejado con descomedida ingratitud.

 

Allí la vida acontece con la misma timidez con que crecen los pinos que cubren gran parte del paisaje. Los días se desplazan de un modo suave y se apodera de mí una tranquilidad especial, con rachas recurrentes de estados placenteros, casi felices. Pero los placeres los fui descubriendo a buchitos y más bien en los últimos años. El frío húmedo, el agua dulce y la mera posibilidad de la presencia de un oso negro y hambriento cuando menos me lo imagino, no es precisamente mi idea de unas vacaciones de verano.

 

La casa, que es una especie de cabaña y ya cumplió los cien años, está situada justo frente al lago, en una comunidad de más o menos diez casas que han pertenecido a las mismas diez familias por más de ochenta años. El patio de la casa es un bosque que sólo en libros imaginé posible, y no me habría sorprendido toparme con algún duende refunfuñón recogiendo semillas por los senderos en los cuales paseo a menudo.

 

En mis paseso, tomo fotos a los diversos tipos de hongos que crecen alrededor de la casa y no miento si digo que he descubierto por lo menos veinticinco y hasta encontré, lo que para mí parecía increíble, una familia con el sombrero rojo y ampollas en blanco como sacados de un cuento de hadas. En agosto el bosque se inunda de muchísimas otras variedades. Aprendí a querer ese lugar y esa casa modesta, anticuada e incómoda que fue primero de la familia de los abuelos del padre de mis hijas, ahora de su madre, en un futuro cercano será suya y más delante pasará a nuestras hijas. Esa ha sido la intención del proyecto, construir una pequeña comunidad que conecte las generaciones de varias familias de manera indefinida por los siglos de los siglos. Es un plan ambicioso, pero debo reconocer que me habría gustado tener un tatarabuelo con ideas igual de fijas con respecto a la trayectoria de una familia.

 

Me siento incapaz de creer en ese tipo de empresas, me cuesta imaginar esa tradición familiar que en mi pueblo ya se ha perdido por completo. Allí domina la urgencia cotidiana de subsistir de la manera más básica y se están perdiendo los valores más básicos de una familia y sus antepasados. No siempre fue así, cuando yo era una niña recuerdo que también me movía en una tradición parecida y durante una parte del verano nos mudábamos al campo, a la casa de mis bisabuelos que quedaba en Punta San Juan, Camagüey. Allí mi bisabuelo era el administrador de una granja y había elegido un caballo que durante mi estadía era mi caballo, y durante el año escolar le escribía al animal cartas prometiéndole nuevas aventuras para nuestro próximo encuentro, cartas que mi bisabuelo le leía y luego me contestaba religiosamente.

 

En ese lugar mágico corríamos en el campo, jugábamos con los cochinos, apabullábamos a las gallinas y a los conejos, ordeñábamos las vacas, torturábamos ranas, bueno, yo sólo espiaba resignada entre las rendijas de los dedos de mis manos. Cuando llegaba el gran día de asar el puerco o desnucar una gallina, todos nos levantábamos a las cinco de la mañana para la gran hazaña que nos aguardaba. Mi bisabuela, que era el retrato de un ángel, hacía en su cocina almidón de yuca rallada para planchar. También hacía el pan, la mantequilla, el queso, crema, las comidas y los postres más deliciosos que he probado. Cuidaba de su jardín, las hortalizas del huerto, las flores. Se desenvolvía de manera ágil entrte múltiples tipos de puntos de tejidos, horneaba, le daba de comer a los animales. Sus labores no conocían fin, y los meses del año que pasaba en La Habana, se quejaba constantemente de no poder atenderlos.

 

Íbamos a caballo al pueblo más cercano, Punta Alegre, a buscar los mandados o a hacer alguna visita, pues éramos de la gran ciudad y de cierta forma los vecinos de mis parientes se maravillaban al vernos como si fuéramos extranjeros o seres del más allá, como mismo se maravillaba la gente de New Hampshire al conocer por primera vez una cubana (me consideraban una mujer exótica, de mentira, y esperaban de mí algún arrebato de cha cha chá cada vez que me movía de un lugar a otro).

 

Recuerdo con inmensa dicha esas semanas de mi infancia que hacíamos la gran travesía para llegar a la casa de mis bisabuelos. Guaguas, más guaguas, trenes, carricoches, mareos, vómitos y una incomodidad incomparable con lo que suele ser el viaje a la casa del lago. Luego mis bisabuelos venían a pasar el resto del verano en nuestra casa en La Habana, cerca del mar, y mi bisabuela nos contaba anécdotas de su alocada juventud y nos mimaba con sus cariños, y esos riquísimos merenguitos, raspaduras y melcochas, mientras se quejaba de los dolores de la artritis durante aquellas tardes calientes de agosto. Mi bisabuelo, en cambio, contaba los días para regresar a su casa y a sus costumbres. Todo eso se ha perdido: los caballos, los puercos, la leche, la crema, las casitas de campo, mis bisabuelos… Las familias cubanas están regadas por el mundo, y esas casas de verano se encuentran en New Hampshire y en otros lugares muy lejos de nuestra tierra. Y ahora mis olores son los de las mantas de lana, la leña que arde en las chimeneas, bolas engavetadas de naftalina, perros calientes y mazorcas de maíz a la barbacoa, en vez de el olor de los cañaverales, el melao de los centrales azucareros vecinos, la hierba fresca, los excrementos de los corrales y establos, las especias y los chicharrones de puerco.

 

Al amparo de la nocturnidad, en vez de una guitarra guajira nos acompañada un ukulele, o como le diría mi hija menor cuando era más pequeña, yucalady. No puedo menos que pensar en tantas noches que pasé en aquel otro campo camagüeyano, y que ahora no puedo ofrecerles a mis hijas porque gran parte de los hechos, los elementos y los lugares que tejen mi tradición se han perdido de manera irrecuperable, convertidos en melancólicos testimonios que tal vez ya no podrán pasar de generación en generación.

 

Grettel J. Singer (La Habana, 1973). Autora de la novela Tempestades solares  (Sudaquia Editores –  2014). Leer más sobre Grettel.

 

 

#Miami 10 y 11 de junio en Books & books

Los esperamos en Books & books de Coral Gables el miércoles 10 y el jueves 11 de junio.

 

 

 

El laberinto crónico de La Habana

I

 

La Habana en una húmeda noche decembrina de 2012, se me antojaba indescifrable. Llevaba varios días tras la pista de cualquier persona que hubiese estado cerca de Hugo Chávez, el enfermo más célebre de toda la isla, pero solo conseguía fantasmas. Así las cosas decidí refugiarme en el margen, buscar a los habitantes deslucidos y genuinos del lado oscuro habanero, así conseguí a Gorki Águila y su combo punk de “Porno Para Ricardo” quienes habían ensayado toda la mañana canciones suicidas como: “Raúl, Raúl, tira los tanques. Raúl, Raúl, para que el pueblo se levante”.

 

No fue difícil toparme con ellos, la movida punk es diminuta y un amigo asturiano de Rockdelux me dio un par de teléfonos la noche anterior cuando una enfermera del Cimeq me confesó off the record que todo lo que hablábamos probablemente estaba siendo grabado y me sumió en una breve crisis de desesperanza.

 

A la mañana siguiente llamé y dos horas después, estaba con un six pack de Bucanero oyendo como resonaban los coros sincopados de un tema que le espeta a Fidel: “El Comandante quiere que yo trabaje pagándome un salario miserable (…); quiere que yo lo aplauda después de escuchar su mierda delirante. No coma tanta pinga, Comandante”.

 

En la tarde escandalizaron la inauguración de una exposición fotográfica en El Vedado adonde los invité. Cuando fuimos convertidos en personas “non gratas”, nos fugamos a un bar caro, carísimo para beber ron y escuchar los shows de turistas.

Gorki confiesa: “Sabes qué pasa en esta isla”, digo que no. Me dice: “Que no hay espacios para los tipos genuinos, tú no eres como todos esos comemieldas de Casa de América, los hijos de ministros que escriben cualquier porquería por unas fulas y ya o que amenazan a la gente para que les cuenten sus historias”. Le dije que me halagaba un montón, pero igual me veía cerca del fracaso ante una crónica que no terminaba de arrancar.

Al rato, en la madrugada y frente a la oscuridad abisal del malecón habanero, antes de dejarlo cazando jineteras descuidadas me dijo a guisa de despedida: “Hay que cuidar a los tipos como tú, a los valientes, los que no se callan. Tipos como yo que componemos, escribimos, escuchamos a los otros para que el mundo sepa lo que pasa aquí” y lo vi perderse en el lado salvaje de la vida. Yo amanecí en el este, en Alamar, luego de escuchar algunos de los mejores jams de punk y hip-hop que he presenciado. Pero eso ya es otra historia.

Me desperté lleno de ganas de buscar las voces que nadie escucha, oír el rumor del margen, los testimonios de gente que sí quería a Chávez y de otras personas que lo adversaban pero que no estaban insertas en los oscuros círculos del poder habanero. A inicios de 2013 publiqué varias historias en el diario y, semanas después, un libro que recogía el puzzle endemoniado de dos países, Cuba y Venezuela, sumidos en la tensión de una agonía personal cuyas repercusiones nacionales aún se sienten.

 

II

 

Cuenta la antigua tradición iraní que el joven Arda Viraf fue escogido para visitar la gloria paradisiaca, el infierno candente y los purgatorios posibles. En uno de los antiquísimos cantos de sus aventuras llega, luego de una travesía larga y fatigosa, a una suerte de limbo donde la nada se cristalizaba en una quietud inmóvil.

Era un no-lugar donde la vida transcurre sin esperanzas pero sin dolor, sin pasiones y sin interés alguno, pero sus habitantes le decían a Viraf que era mejor estar allí que en los rigores del infierno o los exquisitos placeres del Paraíso ignoto. Nuestro joven Arda, esa especie de Virgilio oriental, se fugó corriendo de ese reino al inferir que era una de las mil presentaciones del hogar de los condenados.

En la isla de Cuba los años noventa fueron la viva representación de ese  no-lugar en el que sueños, pasiones, ideales y vidas se estrellaron contra el pragmatismo férreo de un naufragio económico. Poco importaba la “perestroika” de Yeltsin que acabó con la economía planificada más grande del mundo y, de paso, siquitrilló a la Unión Soviética sino lo que fulminó amplios sectores de las finanzas cubanas fue la evaporación de cinco mil millones de rublos anuales (más ayuda militar) en cuestión de días.

Eso generó en La Habana (y en Cienfuegos, y en Santiago, y en Holguín etc. etc.) un ambiente irreal donde el tiempo parecía detenido mientras el hambre atizó las infinitas formas de la decadencia cuya triste comparsa son las jineteras y los pájaros que deambulan por el malecón al ocultarse el sol. Fueron los tiempos del camello (gandola/autobús/motorizada) y las balsas donde miles de cubanos se debatían entre sudar una vida con pocas esperanzas pero, según los medios oficiales, con gran dignidad revolucionaria o ser devorados alegremente por los tiburones.

Fue la época en que Orlando Luis Pardo Lazo decidió ceder a sus inquietudes científicas y estudiar, en una tierra donde no habían proteínas animales y muchas veces nada físico que llevarse a la boca, Bioquímica. Entregado a la especulación científica en una sociedad marcada por la carencia me parece verlo transmutarse en números y hojas, en pizarras oscuras con signos de cal donde el ideal platónico de vivir con el espíritu entre los dientes para deglutir mejor las ideas, era alcanzado gracias al ayuno obligante.

Para Orlando la iluminación científica estaba más cerca de los faquires sangrantes que del bonachón Epicuro de Samos. Sé que caminaba kilómetros para llegar hasta la facultad, atravesaba la ciudad durante horas cual montaraz isleño viendo a los otros alumnos encerrados en los camellos cual ataúdes móviles, sólo para enmacetarse frente a los científicos en esas aulas calcinantes de la Universidad de La Habana.

Poco a poco sus intereses se alejaron del estudio de la Tabla Periódica con sus elementos, átomos, cálculos, órganos, corpúsculos, glándulas, sustancias, minerales, virus, atanores, ácidos, bases, pipetas, matraces y mecheros para fundirse en el crisol del discurso literario, la blogósfera, fotografía y el videoarte que se convertirían en las disciplinas permanentes de su oficio vital.

Todo esto lo sé porque me lo contó de viva voz hace unos meses, cuando nos hicimos amigos y exploramos juntos esa cubanidad terrestre que tiene la rara geopolítica tropical de una ciudad como la capital cubana.

Orlando fue mi Arda Viraf y yo me convertí por esos días de diciembre de 2012 en un confesor fraterno que se dejó guiar por el inframundo habanero, conociendo un trópico resistente donde la disidencia se paga caro, y la diversidad de opiniones entraña largas estancias en “el tanque” como llaman a las prisiones.

Recuerdo que una mañana cualquiera me encontré con Orlando y deambulamos por la calle México de Guanabo, yendo a ver a Pedro Juan Gutiérrez. De repente me espetó: “Somos pocos pero estamos cambiando. Hoy aquí, mañana no sabemos pero hay que seguir en esto”. Y entendí que se refería a múltiples cosas: a la resistencia contra los Castro, a su vida como blogger y escritor cubano, y a un romance que lo inquietaba por esos días.

 

Enamorado de una mujer difícil, imposible; Orlando paladeaba el aire mientras me la describía. Demiurgo del lenguaje, el escritor dibujaba a su amada mientras el sol metálico nos derretía las neuronas y no encontrábamos la casa de Pedro Juan. Enceguecido por esa fiebre de sol, ese cafard caribe comprendí que se refería a Ipatria y que en un juego vital metalingüístico terminé metido en la historia de Orlando, siendo uno de sus personajes desesperados y analíticos.

 

Después de ver al chulo mayor, al Minotauro narrativo de Centro Habana que es Pedro Juan, caminamos largo rato por Miramar. Íbamos a visitar a otro amigo dueño de una terraza envidiable desde donde el océano es un lienzo de brillo aguamarina. En las terrazas de Miramar no se ve la mar, se respira y nos inunda oreándonos frente al horizonte vasto, mineral.

 

Allí me entregó un ejemplar de Boring Home, varios de sus videos y las maravillosas fotografías de La Habana que son una muestra de su sensibilidad única, tentacular que le permite forjar ficciones y fijar realidades con sólo cliquear un obturador o el mouse de la computadora. Fueron las imágenes que me inspiraron este libro de crónicas y el profundo cariño por las calles habaneras que nunca conocí mejor.

 

Sé que por estos días ese Arda Viraf, greñudo y barbado, que es Orlando está fuera de su purgatorio habitual en La Habana. Está suelto por el mundo, ahora en Estados Unidos, mañana no sabremos donde, explorando y escribiendo nuevos infiernos, paraísos improbables y purgatorios portátiles.

 

 

III

 

Hacer crónicas, reportajes de investigación y semblanzas son las únicas líneas de trabajo que me interesan desde hace varios años. No concibo este oficio sin esos géneros puesto que detesté el periodismo informativo cada año de clase que tuve en la facultad de mi pequeña universidad. Escribo estas historias porque en los descuidos de mis profesores, obsesionados en aburrirnos, descubrí a Truman Capote, Norman Mailer, Tom Wolfe, Jimmy Breslin, Gay Talese, Hunter Thompson, Gabriel García Márquez, Germán Castro Caicedo, Germán Carías, Ben Amí Fihman, José Roberto Duque, Sergio Dahbar, Daniel Santoro, Julio Villanueva Chang, Jon Lee Anderson, Oriana Fallaci, Ryszard Kapucinski, Gore Vidal y tantos otros maestros.

Creo que la entrevista debe ser el más arriesgado de los géneros periodísticos por su azar experiencial que resiste las metáforas más locas. He tenido entrevistas que son un acto de seducción constante y las he tenido que recuerdan al pánico frente al pelotón de fusilamiento. Una gran entrevista pasa del placer a la tensión espinosa, constantemente, cosa que el lector agradecerá al leerla.

Y el reportaje combina todas las técnicas periodísticas que conocemos con el fin de mostrarle al lector el reflejo de una problemática, describir una situación o comprobar una hipótesis. Hacer un buen reportaje requiere de maestría y dominio en la técnica, suele ser fruto de un esfuerzo colectivo entre periodistas y editores por lo que conlleva grandes dosis de humildad y, sobre todo, ubica al reportero en un lugar único: partir de la certeza de que los periodistas no sabemos nada, condición imprescindible para intentar comprenderlo todo y así ofrecérselo a nuestros lectores. Sin buenas entrevistas es imposible hacer un reportaje.

Me divierte hacer inmersiones y leer como un condenado cuando trabajo con mis entrevistados y personajes, intento rastrear esas historias pequeñas que contienen verdades universales. Aunque suene trasnochado y cursi, sí pienso que un buen reportaje, una denuncia o una crónica pueden ayudar a cambiar  la situación en nuestros países. Sobre todo cuando se enfrentan presiones desde diversos frentes para acallar informaciones o desviar la atención mediática, como es moneda común en nuestros países.

También creo que éste no es un oficio para cínicos y estoy convencido de que el periodismo es la más bella de las empresas inútiles por ello no cejo en mi empeño por seguir formándome para continuar con la apuesta más alta que es ponerme en el lugar del otro, en cada entrega.

Todo eso lo recordé en La Habana hace varios meses cuando intenté descifrar sus calles como ese laberinto crónico que son, repletas de historias y personajes. Y todo eso es parte de lo que quiero que los lectores encuentren en “El último rostro de Chávez”, cuando lo lean.

 

Albinson LInares (San Critobal, Venezuela – 1981) Autor del libro El último rostro de Chávez (Sudaquia Editores 2014). Leer más sobre Albinson

 

#DC El 09 de abril en Pórtico

Esta semana en Viceversa 06/Abril/2015

6 de Abril, 2015
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Semana del 6 de Abril

Esperamos que disfruten la lectura de este nuevo número de ViceVersa.

Alejandro Varderi: El silencio de la memoria

⇢ Mariza Bafile
Mónica Sordo: Uno de los sitios donde más me gusta diseñar es en el metro

⇢ Dais Sarcos

Un río caudaloso

Corrupción y podredumbre, por un lado; integridad y probidad, por el otro. Así es la política en América Latina. Dos ríos diferentes, que corren paralelos. El primero, escaso en aguas, pero ruidoso y retumbante. El segundo, caudaloso pero silencioso.

⇢ Mauro Bafile

 

Eventos neoyorquinos

Jueves 09 de Abril

“16º Havana Film Festival New York” en elQuad Cinema

 

Jueves 09 de Abril
“SPAMM of Virtualism en Nueva York, Paris y Moscú” en Babycastles Gallery
Sábado 11 de Abril
“La Sangre en el Ojo con la autora Lina Meruane en McNally Jackson
Jueves 09 de Abril
“Guatemala Después: Repensar el pasado, re-imaginar el ahora” en The New School
 
Viernes 10 de Abril
De cometas y Fronteras de la directora Yolanda Pividal” en NYU
Sábado 11 de Abril
Millie and the Lords un film de Jennica Carmona” en la Casa Azul
Jueves 09 de Abril
“Concierto de Michael Sarian & The Chabones” en el Consulado de Argentina
Sábado 11 de Abril
“Empresarios, innovadores y economistas” en el Instituto Cervantes
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Esta semana en Viceversa – 23/03/2015

Semana del 23 de Marzo

Esperamos que disfruten la lectura de este nuevo número de ViceVersa.

Carlos Aguasaco: el Chapulín, Batman y Don Quijote

⇢ Mariza Bafile
Sonia Velásquez: El perdón se construye todos los días

⇢ Juan Luis Landaeta

América Latina y la izquierda latinoamericana

Hoy la izquierda latinoamericana es afortunadamente otra. O, mejor dicho, es la de siempre pero más madura y consciente de los cambios de la sociedad y de su entorno. No repudia la “Revolución Rusa”, la “Gran marcha” de Mao o la “revolución cubana”. Mas reconoce los excesos y los errores de estas.

⇢ Mauro Bafile

 

Eventos neoyorquinos

Lunes 23 de Marzo

“El collage cinematográfico de Santiago Álvarez” en el BAM
 
Martes 24 de Marzo
“Festival del cine colombiano en NY”en Tribeca Cinemas Theater
Martes 24 de Marzo
“Música y más música con VAEA y Guataca Nights @NY en Subrosa
Miércoles 25 de Marzo
“Presentación del libro de Edward J. Sullivan From San Juan to Paris and Back” en Americas Society
Jueves 26 de Marzo
“Magos & Limón en concierto” en el Lincoln Center
Viernes 27 de Marzo
“Una ciudad de estatuas y perros, de María del Carmen Pérez Cuadra” en McNally Jackson
Lunes 23 de Marzo
“Vivir para escribir: César Aira, Sergio Chejfec y Mónica de la Torre” en el instituto Cervantes
Martes 24 de Marzo
“César Aira y Rivka Galchen” en McNally Jackson
 
Martes 24 de Marzo
“Gina Brillón, Hablemos pacificamente. Stand up!” en el Instituto Cervantes
Miércoles 25 de Marzo
“Vuelve Cultura sin Límites de La Ovejita Ebooks” en el Centro Español La Nacional
 
Viernes 27 de Marzo
“Bajo fuego, de Alejandro Varderi” en McNally Jackson
Viernes 27 de Marzo
“Jesús Hidalgo: Yo camino lo que canto” en el Teatro Latea
 
Domingo 29 de Marzo
“Film screening: War Redefined, the capstone of Women, War & Peace” en La Casa Azul Bookstore
Lunes 23 de Marzo
“María en tierra de nadie”: un documental para reflexionar” en NY

 

Miércoles 25 de Marzo
“Encuentro anual de las mujeres hispanas empresarias” en Tosca Marquee
 
Martes 24 de Marzo
“México es sobre todo cultura” en el Bridge Theatre
 
Miércoles 25 de Marzo
“Los cascarones del arquitecto Félix Candela Outeriño” en la Galeria Octavio Paz
Viernes 27 de Marzo
“¿Qué español hablamos en EE.UU.?” en el Instituto Cervantes
Domingo 29 de Marzo
“Latinoamérica en construcción: Arquitectura 1955-1980” en el MoMA